En el mundo acelerado de hoy, es fácil perder el foco de lo que realmente importa. Nos dejamos llevar por las exigencias del trabajo, las relaciones, los objetivos personales y las expectativas sociales, y a veces descuidamos el propósito más profundo y significativo que hay detrás de todo ello. Sin embargo, para los cristianos, el llamado supremo trasciende los logros o los elogios personales. El cristiano llega a ser más fructífero cuando el objetivo último de todo lo que hace es para Dios, Su gloria y nada más.
El concepto de dar fruto es central en la fe cristiana. En Juan 15:5, Jesús dice: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos. Si permanecéis en mí y yo en vosotros, éste daréis mucho fruto; separados de mí nada podéis hacer”. Pero ¿qué significa dar fruto en la vida cristiana?
La fecundidad no se trata solamente de éxitos externos o logros mundanos; se trata de vivir de una manera que refleje la voluntad, el carácter y el propósito de Dios. Cuando el corazón y las acciones de un cristiano están alineados con la gloria de Dios, su vida comienza a dar fruto que tiene valor eterno. Esta fecundidad impacta no sólo su propio crecimiento espiritual sino también su capacidad de influir positivamente en los demás para el Reino de Dios.
Es natural querer que se reconozca nuestro trabajo, ya sea en nuestra carrera, en nuestra familia o en nuestras actividades personales. La sociedad suele medir el éxito por lo que podemos lograr, acumular o por la percepción que los demás tienen de nosotros. Pero para el cristiano, esta mentalidad es una trampa peligrosa. Cuando el foco pasa de glorificar a Dios a glorificarse a sí mismo, el fruto de nuestros esfuerzos se vuelve vacío.
En Mateo 6:1, Jesús advierte: “Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos. De lo contrario, no recibirán recompensa de su Padre que está en los cielos”. Este pasaje bíblico nos recuerda que nuestro propósito final siempre debe estar centrado en Dios, no en ganar la aprobación o la admiración de los demás.
La verdadera fecundidad cristiana surge de vivir con un único objetivo: hacer todas las cosas para la gloria de Dios. Cuando Dios está en el centro de nuestras motivaciones, cada tarea, sin importar cuán grande o pequeña sea, se convierte en un acto de adoración. Colosenses 3:23 nos recuerda: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”.
Cuando redirigimos nuestra atención hacia la glorificación de Dios, nuestro trabajo, nuestras relaciones y nuestras responsabilidades diarias adquieren un significado más profundo. De repente, nuestras interacciones con los compañeros de trabajo, la forma en que tratamos a nuestra familia e incluso nuestra forma de abordar las metas personales se convierten en oportunidades para demostrar el amor, la gracia y la justicia de Dios. Es a través de esta mentalidad que comenzamos a dar fruto espiritual duradero.
Vivir para la gloria de Dios es un compromiso diario y requiere intencionalidad. A continuación, se ofrecen algunos pasos prácticos que le ayudarán a mantener a Dios en primer plano en todo lo que haga:
Antes de sumergirte en las tareas del día, tómate un tiempo para pedirle a Dios que te guíe. Invítalo a tu trabajo, tus relaciones y tus decisiones. Esta pequeña práctica marca el tono para un día centrado en Él.
Antes de emprender cualquier proyecto o meta, haz una pausa para reflexionar sobre por qué lo estás haciendo. Pregúntate: ¿esto es para la gloria de Dios o para la mía? La autorreflexión honesta te ayuda a mantenerte alineado con un propósito superior.
Cada vez que experimentes éxito o reconocimiento, haz que sea un hábito darle crédito a Dios. Reconoce que todo lo bueno en tu vida proviene de Él y usa tu plataforma o influencia para señalar a los demás su gracia y poder.
Una de las mejores maneras de vivir para la gloria de Dios es sirviendo a los demás. Cuando atendemos las necesidades de quienes nos rodean con una actitud similar a la de Cristo, estamos viviendo el evangelio de una manera tangible.
Las Escrituras ofrecen una sabiduría infinita sobre cómo vivir para la gloria de Dios. Medita en versículos como 1 Corintios 10:31: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Deja que estas verdades impregnen tu mente y guíen tus acciones.
Cuando el objetivo principal del cristiano es glorificar a Dios en todas las cosas, comienza a ver que los frutos de su trabajo se multiplican de maneras inesperadas. Su vida se convierte en un testimonio del poder de Dios que obra a través de él y experimenta un sentido más profundo de propósito y paz. Las recompensas no son necesariamente materiales ni mundanas, sino eternas.
Al final, vivir una vida cristiana fructífera significa renunciar a nuestros propios deseos de reconocimiento y éxito en favor de algo mucho mayor: la gloria de Dios. Cuando todo lo que hacemos es para Él, nos convertimos en instrumentos a través de los cuales Él puede cumplir su voluntad en la tierra. Y ahí es donde reside la verdadera fecundidad.
Stoic Christian