En los dos artículos anteriores ( la corrupción del hombre y la elección divina ), hemos visto la difícil situación del hombre desde la caída y la gracia de Dios en respuesta a nuestra perdición en su voluntad de constituir un pueblo que le pertenece.
Este designio eterno de ser pueblo se ha cumplido en la historia con la encarnación, vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
Al venir al mundo, Cristo se revistió de naturaleza humana. Vivió una vida perfecta como un hombre perfecto, cumpliendo los requisitos de la Ley y la justicia divina. Por su ofrenda de amor en su muerte en la cruz, satisfizo la justicia divina al sufrir la condenación que la humanidad merecía. Por su resurrección venció la muerte que pesaba sobre la humanidad a causa de su injusticia y fue elevado a la diestra del Padre para interceder en favor de su pueblo.
A lo largo de su misión en la tierra, Cristo testificó que estaba allí para cumplir la voluntad de su Padre y su mismo nombre anunció cuál era esa voluntad: salvará a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21).
Así, Cristo se identificó con la humanidad en su encarnación, muerte y resurrección con un fin específico: salvar a su pueblo. Tuvo que hacerse hombre y morir sufriendo el dolor que los hombres merecen para poder arrebatar a este pueblo del seno de la humanidad perdida.
Una cosa está clara: Cristo no falló. Su obra garantizó la salvación de su pueblo. A lo largo de los Evangelios, Cristo recuerda este objetivo con la firme y divina seguridad de que este plan tendrá éxito, porque es el plan del Padre. Viene a salvar a «sus amigos», «su Iglesia», «sus ovejas», «aquellos que el Padre le ha dado» ( Juan 6,37 ; Juan 10,11 ; Juan 10,15 ) y para ello debe unir la condición de todos los hombres : tomar carne y sufrir el castigo que todos los hombres merecen, es decir, la muerte.
Esto es lo que Juan declara en el famoso versículo de Juan 3:16 : Dios da a su Hijo al mundo para salvar a los creyentes. Esto es nuevamente lo que Pablo declara en Romanos 3:25 cuando dice que Cristo es el medio de expiación para aquellos que tienen fe en su sangre. Los protagonistas de la muerte de Cristo son su pueblo, elegido por el Padre, y por ninguno de ellos fracasó en su misión: serán salvos. Por eso podemos seguir adelante en nuestra labor misionera con la certeza de que tendrá éxito porque Dios constituye un pueblo en todas las naciones.
Creer en la eficacia de la expiación es creer que Dios contestará esta oración:
Que toda alma condenada,
por la que derramaste tu sangre,
sea devuelta al Padre
por tu amor todopoderoso.– Torrentes de Amor y Gracia (Wings of Faith 352)